domingo, 15 de octubre de 2017

La Neurociencia del Duelo



“Expresa tus penas: dolor que te guardes
 musita a tu pecho y le pide que estalle”
William Shakespeare, Macbeth

En la última década se han dado grandes pasos para comprender parte  de la ciencia cognitiva que yace detrás de emociones como la tristeza y la alegría. Al utilizar la tecnología más reciente los científicos pueden ver lo que sucede físicamente en el cerebro cuando experimentamos ciertos sentimientos, pero falta mucho más por aprender.


Un área que requiere mayor investigación es la del duelo y la pérdida. ¿Cómo podemos emplear los hallazgos de la neurociencia para ayudar a que quienes lloran la pérdida de un ser querido eviten las dificultades que a menudo conducen a la depresión? Tales análisis deben empezar con un entendimiento de cómo nos afecta esa pérdida.

Quien haya perdido a un familiar o amigo cercano sabe que el proceso del duelo puede ser solitario. Incluso aunque quizás otras personas hayan amado a quien se ha marchado, cada quien llora la pérdida de una relación individual y única. La sensación puede ser como si nadie se identificara por completo con nosotros en esos instantes en que anhelamos desesperadamente que alguien llene el vacío emocional dejado por la pérdida.

Tal vez contemos con muchos amigos a quienes les importemos mucho, pero ellos podrían suponer que nos estamos recuperando bien si no les llamamos para pedirles consuelo. De hecho, quizás aparentemos estarnos recuperando muy bien —en especial si somos del tipo de personas que llena el vacío con trabajo u otra actividad—, pero aún así podríamos sentirnos aislados.

Otras presiones sociales se suman al problema, en particular en las culturas individualistas. En occidente aún existen filosofías que pregonan la idea de “sal adelante sin la ayuda de nadie”, las cuales son tan dominantes y persistentes en nuestra mente como las filosofías aparentemente opuestas, tales como el colectivismo y la victimización.

Stefan Klein, un científico y periodista alemán, señala un punto interesante acerca de la neurociencia de la tristeza y su relación con la cultura individualista. Afirma que “En especial la cultura alemana ha quedado fatalmente convencida de que la soledad es una condición particularmente deseable y noble… que acerca a las personas a su yo más interno” (La fórmula de la felicidad, 2006).

Éste es también un rasgo de otras culturas. Los británicos son conocidos por ser flemáticos y Klein hace referencia al cliché de las películas del viejo oeste: los vaqueros abandonan a las mujeres que aman para ir a montar solos rumbo al atardecer. El mensaje es que quienes en verdad son fuertes no necesitan de otros. Sin embargo, “la verdad es lo diametralmente opuesto, como lo demuestran los experimentos clínicos y neurobiológicos,” continúa Klein.

Estudio tras estudio muestran que el gozar de una compañía comprensiva es bueno para el cuerpo, la mente y el espíritu; prolonga la vida y mejora su calidad. Pero la compañía equivocada puede ser peor para nosotros que la soledad.

Podemos entender intelectualmente estos conceptos cuando estamos de luto, pero incluso entonces puede no ser fácil pedir lo que necesitamos o que quienes están a nuestro alrededor se percaten de que lo necesitamos. Otra opción es que podríamos comunicar nuestras necesidades sólo para que nuestros familiares y amigos respondan negativamente, en especial si ellos también han asimilado los mensajes de una cultura individualista. Podrían pensar que su deber es sacarnos de nuestra depresión y levantarnos el ánimo, o podrían temer que su apoyo pueda fomentar nuestra depresión. La tristeza es vista como una emoción negativa e improductiva.

¿Esto significa que no debemos trabajar para reemplazar las imágenes mentales negativas con positivas? Por supuesto que no. La ciencia neurobiológica encuentra de manera constante que tenemos el poder para reforzar los rasgos positivos en nuestro cerebro y para realizar los cambios neurológicos prácticos que son necesarios a fin de impedir que la tristeza nos arrastre hasta una depresión enfermiza. No obstante, nos equivocamos si intentamos forzar a otros para que abandonen su duelo al dejarlos a solas. Los investigadores han descubierto que es el reconocer más que el ignorar la pérdida lo que ayuda a una persona a sobrellevar su pérdida de una manera saludable.

En los antecedentes de su “Estudio del Duelo en Quienes cuidan Enfermos (Caregiver Grief Study)” del año 2000, Thomas Meuser, profesor asociado de neurología en la Universidad de Washington, y Samuel J. Marwit, profesor de psicología en la Universidad de Missouri, señalan que “el duelo es nuestro proceso innato de ajuste ante la pérdida y cuando lo ignoramos o minimizamos puede traer consecuencias, como depresión y otras enfermedades concurrentes”. Los poetas, reconocidos por su depresión y sus “enfermedades concurrentes”, nos lo han dicho a través de los siglos. William Cowper insistía en que “el dolor es, él mismo, una medicina” y Shakespeare lo comentó con ironía en Mucho Ruido y Pocas Nueces: “…Es un deber de todos los hombres predicar paciencia a cuantos se retuercen bajo el peso de la desdicha; pero ninguno tiene virtud ni entereza para mantenerse tan moralizador cuando esa misma desdicha pesa sobre él”.

La ciencia detrás de la declaración de Klein involucra el proceso de la neurogenia. Durante la última década los neurocientíficos han descubierto que el cerebro adulto puede continuar produciendo nuevas neuronas en algunas áreas del cerebro. Una de las más importantes es el hipocampo, el cual es vital para el aprendizaje y la memoria y también está vinculado con las emociones y el humor. La ciencia ha descubierto que algunas actividades parecen favorecer la neurogenia en el hipocampo, mientras que la depresión a largo plazo parece inhibirla.

Cuando la tristeza se convierte en depresión la neurogenia se detiene y, luego de varios y repetidos casos de depresión, algunas áreas del cerebro realmente se encogen. Aunque aún hacen faltan muchos estudios por realizar sobre el vínculo entre la depresión y la neurogenia, es bastante obvio que la depresión no es un buen estado de ánimo.


Entonces, ¿qué podemos hacer para mantener nuestra mente sana incluso en los largos periodos de duelo? Debido a que la neurogenia y la depresión son estados incompatibles, la razón nos obliga a dedicarnos a aquellas actividades reconocidas por aumentar la neurogenia. Los investigadores sugieren que esto se reduce a ejercitar tres áreas clave: el cuerpo, la mente y el corazón.

EL CUERPO
Quienes se ejercitan con regularidad conocen la sensación de bienestar que produce la actividad física continua, así que no es de sorprender que se demuestre repetidamente que el ejercicio fomenta la neurogenia en esa región crucial: el hipocampo. Un estudio del Instituto Salk (Salk Institute) en California descubrió que mientras “el ejercicio aumenta la neurogenia en el hipocampo y mejora el aprendizaje”, estos beneficios se pueden obtener sin importar la edad porque “la madurez de las neuronas recién formadas no [se ve] afectada por la edad”.

LA MENTE
Incluso antes de que la neurociencia comenzara a revelar el funcionamiento interno del cerebro, los estudios confirmaron a los científicos que quienes amaban aprender sólo por el gusto de hacerlo tendían a ser más felices que quienes no. Los nuevos descubrimientos continúan resaltando los beneficios del aprendizaje. De acuerdo con Martin, “la investigación muestra que las personas con mejor educación tienden a experimentar menores niveles de emociones negativas como la ansiedad, la ira y la depresión, así como menores síntomas físicos como los dolores”. Sugiere lo anterior debido a que “el conocimiento y las habilidades para resolver problemas que nos ofrece la educación nos pueden liberar de preocupaciones irracionales que, de otra manera, nos dejarían a merced de la ansiedad”.

EL CORAZÓN
Existe un tercer colaborador para el fin compartido de alentar la neurogenia e impedir que la tristeza se convierta en depresión, y éste nos regresa a donde empezamos: la importancia del tipo adecuado de compañía.

De acuerdo con los investigadores de la Universidad de Princeton, Alexis Stranahan, David Khalil y Elizabeth Gould, “durante la ausencia de interacción social una experiencia normalmente benéfica podría ejercer una influencia perjudicial en el cerebro”. Uno de sus estudios descubrió que incluso el ejercicio no mejoraba la neurogenia si los sujetos vivían aislados. En otras palabras, se requiere tanto el ejercicio como la interacción social para que la neurogenia se lleve a cabo.

Y con respecto al expresar las penas… A nadie le gusta contradecir a Shakespeare, pero los expertos señalan que algunas personas simplemente no necesitan expresar su dolor. Sin embargo, esto no significa que no tengan otras necesidades relacionadas con el mismo. Quizá sólo necesitamos alejarnos de nuestro teléfono celular y del correo electrónico y salir a sentir el cariño de otras personas a la manera antigua. Hay un viejo dicho que se aplica por igual a los dolientes y a quienes los apoyan; se trata del ya comprobado refrán “Acciones son amores y no buenas razones”.

Referencia

Expresa tus Penas…
Gina Stepp



1 comentario:

  1. Muy interesante artículo. Siempre nos mantienes informados con temas de mucha importancia.

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